miércoles, 30 de septiembre de 2009

Pachamama, desesperadamente

Pachamama, nombre que en lenguas quechua y aymara significa madre tierra y que en sí misma es una cosmovisión. La cultura Tiwanakota, anterior a los Incas, habitaban cerca de la cordillera de Los Andes, en la región que ahora pertenece a los países de Perú, Bolivia y norte de Chile, fue la que veneró por primera vez a la Pachamama, convirtiéndola en deidad para agradecer los regalos de la naturaleza; el culto a la Diosa continuó durante la época de los Incas y se fue extendiendo por toda la extensión de esas montañas. Esta creencia, considera a la Pachamama el símbolo espiritual del tiempo que transcurre en este mundo, toda la realidad en que habitamos y su poder permite el crecimiento de las cosechas y la reproducción del ganado.

Ahora bien, con el auge de la globalización, cuyo objetivo uniformador de culturas a través del mundo cada vez toma más fuerza, la tendencia por parte de los sectores que se oponen rotundamente a este movimiento es volver las miradas hacia las tradiciones indígenas, autóctonas, milenarias, etc. para así querer salvase de una corriente de quien a estas alturas ya no puede zafarse nadie. Así, al escuchar el término –uso esta palabra porque ya la tradición, su idiosincrasia y todo su significado han perdido el valor y sólo se ha convertido en eso, en una palabra- Pachamama nos remitimos a una ola hippie trasnochada representada en las canciones de Manu Chao. ¿Por qué ha ocurrido esta degeneración? ¿Acaso tendrá que ver eso que dicen que una historia cuando se cuenta y se escucha muchas veces –o se masifica- pierde su valor original?

El caso es que la Pachamama, tal como la conocemos hoy día, desprolija de veneraciones, austera y expulsada del Olimpo, está en peligro. La minería, la extracción petrolera, la tala de árboles, entre otras actividades desarrolladas por la mayoría de Estados y empresas del mundo están acabando con los territorios y a mucha gente eso parece preocuparle, pero la verdad es que aún, cuando el cambio climático y todos sus terribles efectos nos asechan y acorralan, no se ha producido un cambio real en toda esta vorágine. Ni siquiera las ONGs o los grupos ecologistas más reconocidos y entregados a esta noble causa han logrado cambiar algo de nuestra lastimosa realidad.

Claro que esta pesada y tormentosa responsabilidad no debe caer sobre los hombros de estos pobres muchachos que sólo se preocupan por el bien del planeta. Cada uno de nosotros debe colaborar para revertir estos efectos, no con un grano sino con una montaña de arena como dice Nan González. El problema es cuando sentimos que estamos arando en el mar y que si los gobiernos no ponen mano dura al asunto, toda nuestra buena voluntad quedará resumida en una minúscula e insignificante ayuda. Porque es que esto es grande, más que grande y por los vientos que soplan el problema crecerá más y más.

Aja, todo esto se ve como muy pesimista y esa no es mi intención, así que vamos a buscarle un lado positivo a todo esto y volvamos con el mito de la Pachamama. Éste debió referirse primitivamente al tiempo, tal vez vinculado en alguna forma con la tierra: el tiempo que cura los dolores, el tiempo que distribuye las estaciones, fecunda la tierra. Pacha significa tiempo en lenguaje kolla, pero con el transcurso de los años, las adulteraciones de la lengua, y el predominio de otras razas, finalizó confundiéndose con la tierra; Mama es un dios femenino, que produce, que engendra y de cuyas bondades debemos estar agradecidos eternamente porque gracias a sus frutos es que vivimos –a pesar de todo- tan bien y cómodos en esta nave que llamamos Planeta Tierra.

Anteriormente, nuestros padres y madres indígenas celebraban a la Pachamama mediante un ritual llamado corpachada, el cual comprendía realizar ofrendas en su honor: se ofrecían hojas de coca, conchas marinas mullu y lo más importante de todo, el sacrificio de la llama para derramar su sangre y ofrecer el feto de este animal para fertilizar la tierra sin que faltara jamás la cosecha

Hoy en día es muy diferente, puesto que con la llegada de los españoles y la persecución de las religiones nativas la llamada extirpación de idolatrías, la deidad Pachamama comenzó también a ser muchas veces invocada a través de la Virgen María. A partir de allí comenzó a masificarse mediante el cristianismo y ya a este punto la tradición original comenzó a opacarse.

Todo ello nos hace pensar que lo realmente necesario en estos días no es la adoración, matar a una pobre llama o hacer un ritual para ofrecer hojas de coca; pero sí nos llama a la reflexión sobre el hecho de que nuestros antepasados eran absolutamente consientes de que estaban vivos, crecían y se desarrollaban felizmente gracias a las bondades de la Pachamama. ¿Por qué nos cuesta tanto hoy día dar cuenta de eso, de que no todo lo que comemos es producto de una idea que tuvo el gerente de imagen de McDonald’s o del nuevo anuncio de Pepsi? Todo lo que consumimos, por más tratado químicamente que esté viene de la madre naturaleza y a ella le debemos nuestra vida. ¿Por qué no estamos del todo consientes de ello? Hoy día no se trata de hacer el ofertorio antes mencionado, se trata de respeto y se trata de pensar en nosotros mismos viviendo en un lugar que sólo tiene un aquí y un ahora sin un futuro si no exigimos que se haga algo ya.

Pero por supuesto, y como en siempre, en medio de todo esto está metida la mano peluda del dinero. La tierra no se trata por lo que es: nuestra madre de donde vivimos y a donde vamos después de todo, sino como un producto que produce más productos que se van a vender y que van a generar la “necesidad” de adquirir más terreno para repetir el proceso hasta que ya no haya más espacio donde producir más y más productos.

Leyendo un libro, encontré una carta –que según lo que investigué más tarde no es verdadera, es decir, no la escribió quien dice ni cuando dice sino mucho tiempo después por un apasionado ecologista, pero que de igual manera me parece digna de hacérselas saber- escrita –supuestamente, repito- por el líder indio de la tribu Suwamish, el jefe Seattle en 1854, dirigida al presidente de Estados Unidos en ese entonces, Franklin Pierce quien deseaba comprar los terrenos donde la tribu vivía. Y dice así:

“¿Cómo podéis comprar y vender el cielo o el calor de la tierra? La idea nos resulta extraña, Si no somos dueños de la frescura del aire o del brillo del agua ¿Cómo podría alguien comprarlos? […] Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente […] Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Esta tierra es sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en estos bosques. Ignoro el por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente a la vuestra. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. […] Cada imagen que reflejan las claras aguas de los lagos son el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.”

Finalmente, el presidente compró los terrenos, los cuales ahora forman parte del estado de Washington y se olvidó de todo lo que dijo el jefe indio, -probablemente porque la cata nunca existió, pero de igual manera los hechos apuntan a que se hizo caso omiso de cualquier adevertencia-. De igual manera nos sirve como referente para darnos cuenta que ya los ríos no son nuestros hermanos en donde vemos el reflejo de nuestros antepasados sino que son vertederos de nuestros propios desperdicios. Los animales ya no son sagrados sino que usamos sus pieles para adornarnos y distinguirnos entre los demás, del vulgo.

Es imperioso asumir esta responsabilidad, principalmente, porque somos nosotros mismos quienes estamos sufriendo ya las consecuencias. Podemos sentirnos abrumados con este peso, pero es algo que debe hacerse con carácter de urgencia sin caer en el viejo discurso desgastado de movimientos culturales que se fueron a menos en los que ya nadie cree, sino exigiendo a nuestros gobiernos que hagan algo, con la actitud característica de la juventud del siglo XXI: la convicción de que todo es posible, incluso la de salvar a la Pachamama.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Playing for change: la vuelta al mundo en una canción


“Vamos a un escenario capaz de moverse a través del mundo” le dije a mi compañero mientras caminamos a un lugar que él no sabía dónde quedaba. “Y que éste –continúo- nos lleva a cualquier parte en la que hay un músico entonando una canción, tocando un instrumento o alguien que baila al ritmo de un son, comunicándose así y rompiendo barreras culturales, religiosas o políticas… bueno, a ese lugar es a donde te voy a llevar”.

Llegamos y nos sentamos en unas butacas muy bonitas, preparadas exclusivamente para que todos podamos disfrutar del viaje cómodamente mientras se prepara todo para arrancar. “Lo que vamos a ver es una demostración de cómo la voluntad humana puede demostrarse de cualquier manera, pero en este caso escogieron la música porque es el corazón de la vida, porque por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso.” Mi compañero me mira con avidez, entonces yo comprendo que me falta echarle el cuento completo -sólo que tengo que hacerlo rápido porque las luces ya se apagan-. “Verás, esto se llama Playing for change y es un proyecto que comenzó hace cuatro años atrás cuando un muchacho llamado Mark Johnson descubrió un cantante ambulante, Roger Ridley, en las calles de Santa Mónica en California interpretando la canción de John Lennon, Stand by me, cuya letra es súper conmovedora. Bueno, resulta que al tipo se le ocurrió la genial idea de grabar a otros músicos ambulantes como Ridley a través del mundo entero con el fin de demostrar que trabajando juntos se puede lograr todo lo que uno se plantea; y le salió muy bien porque este proyecto ya es conocido a nivel mundial, las canciones son extraordinarias y hasta se le unieron artistas como Bono y Manu Chao. Lo curioso del caso es que ninguno de los músicos que participan acá nunca se conocieron personalmente y el resultado final es fantástico, como si hubieran trabajado juntos en un estudio por largo tiempo.”

“¿Y tienen un disco?” me pregunta, mientras nos trasladamos a Livorno, Italia para comenzar a escuchar One love de Bob Marley con los acordes de un joven músico de ese país, Roberto Luti. “Sí, se dedicaron a grabar a más de 100 músicos de los cinco continentes: desde las calles y metros de las ciudades de Estados Unidos y Europa, a las villas africanas, hasta las montañas del Himalaya, tomando de cada región la expresión más autóctona de su cultura musical acoplada a las canciones que escogieron para el álbum: Songs around the world. Y no sólo es eso, también tienen un documental homónimo que súper interesante de cómo hicieron todo esto posible. A mi juicio, este disco es una especie de declaración colectiva donde a pesar de las culturas tan diferentes de los músicos, lograron demostrar en estas canciones una profunda conexión humana con un lenguaje de igualdad.”

En medio del coro de la canción recordé algo que susurré al oído a quien llevaba de sorpresa a ese lugar “¿Sabes? Después de que viajaron y recopilaron toda la música para este disco, resultó ser una experiencia tan rica que en la primavera de este año, todos estos músicos que hemos visto en todos estos países, que de paso no se habían visto nunca antes en sus vidas, se juntaron en los escenarios para hacer una gira por Norteamérica, con la finalidad de compartir el mensaje de tolerancia e inspirar a todos quienes los escuchen.”

A estas alturas de la conversación y desde nuestra butaca, ya habíamos pasado por Suráfrica, Francia, Nepal, Israel, El Congo, India, Zimbabue y la canción junto con el viaje, estaba terminando. Mi compañero no se imaginaba semejante sorpresa, no conocía nada de este proyecto antes y agradecido me dice: “con esto me doy cuenta que es verdad que la música es la única respuesta posible para algunas preguntas.”

Nan González y el videoarte ecológico Amor Fuerza y Poesía




Nan González es una mujer venezolana que se ha dedicado a su pasión: mostrar su preocupación medioambiental a través del videoarte. Ha sido pionera de esta expresión artística en el país y un referente en el exterior. Para ella no existe arte sin compromiso, cosa que puede decir con total propiedad, puesto que sus obras son un grito desesperado que le mete el dedo en el ojo al silencio, a la negligencia y a la apatía para hacernos reaccionar del mal que le estamos haciendo al planeta con nuestras acciones. Su videoartista favorito es Bill Viola, apoya firmemente la trascendencia del espíritu y en que estamos aquí, con este cuerpo como un vehículo, para crear y expandirnos. Para ella lo fundamental en la vida es respetar al otro, sea éste un animal, una planta o un glaciar. Y de eso va su obra, de la cual nos habla con profunda fuerza, optimismo y esperanza.

Ya que has incursionado ampliamente en otras áreas de la creación como la pintura y el cine, ambos con la imagen como protagonista ¿cómo y por qué llegas al videoarte?

Llego al videoarte por medio de la fotografía. Ya había estudiado cine y video en los 80s y me di cuenta que estas herramientas son extraordinarias para hacer llegar un mensaje de forma inmediata, porque creo que ése es el propósito del arte: crear conciencias o en todo caso abrirlas para llegar a la comprensión de lo que sucede en el planeta hoy día. Uso el videoarte para este fin ya que es un espacio de creación súper amplio y rico, en el que puedo capturar un pedazo de la naturaleza sin dañarla, sin matarla y congelarla así, para que a través del tiempo se pueda disfrutar y siga transmitiendo la inquietud que desde el principio me empuja a hacer estas piezas. El propósito firme es el de llegar a la gente con un mensaje pues no creo en el arte que no está comprometido con una lucha social y espiritual, que no tenga un fundamento holístico y filantrópico, el arte debe remontarnos a nuestras raíces, hacernos deslindar de tanta parafernalia política y consumista que nos sumerge en una especie de matrix, en donde olvidamos quiénes somos y qué es lo que verdaderamente importa en la vida… y nos debe hacer pensar. Pensar en que sí podemos cambiar las cosas.

¿Cómo ha sido tu experiencia como videoartista en Venezuela, donde este campo no ha sido tan explorado como otros?

La experiencia acá en el país ha sido difícil, pero eso me plantea también un reto: el de convertirme en un motor individual para hacer y mostrar mis obras. El gran problema que se presenta en Venezuela, es que no existe una especialización en el videoarte y por ello no se aprecia tanto pues no hay conocimiento de lo que representa, el proceso que involucra, la manera tan efectiva como se puede transmitir un mensaje a través de él, todo el esfuerzo que conlleva crear y montar una pieza; y el tratamiento del tema central del videoarte, que al final del día es lo que más cuenta en la obra.

Lo que me llena de satisfacción es que adonde quiera que vaya con mi trabajo, está presente Venezuela porque no puedo abandonar mi nacionalidad que con tanto orgullo llevo. De igual manera, en 2005 tuve la oportunidad de presentar aquí Titanes de hielo, en el Museo de Arte Contemporáneo, donde encontré mucho apoyo para el montaje y curaduría de la obra. Pero eso fue en ese entonces, porque poco después de los Titanes, vino a Venezuela la convocatoria para las bienales de Venecia y Sao Paulo -donde se iban a exponer obras que hablaran abiertamente el problema ecológico- y por situaciones que no entiendo, soslayaron estas piezas que gritan de sufrimiento por el dolor de mostrar al mundo morir. Así que eso me dio noticias de que desgraciadamente acá no se están apoyando a los artistas que hacen cosas serias y deslindadas de presiones políticas, cosa que me da mucha tristeza porque un artista debe ser completamente libre, sino deja de serlo. Nadie puede parar, limitar o coartar la libertad de creación interior, los pensamientos que vienen cargados de ansias de expresar tanto inconformismo con la realidad del mundo y lo que se puede hacer para mejorarlo. De manera que no se le puede exigir al artista que sea complaciente porque de esa manera no se está haciendo arte y, lamentablemente, es de esto de lo que estamos llenos en esta época.

¿A partir de qué momento decidiste incorporar el tema del cambio climático a tu obra?

En el momento que me di cuenta de los efectos y comencé a vivir esta realidad. Entonces pensé que si yo soy artista y tengo esta capacidad de expresión debo aprovecharla para crear una cultura de preservación. Para mí esos glaciares están vivos y verlos desmoronarse de esa manera es como ver morir a un animal. Lo cual me lleva a otro punto que me preocupa muchísimo y es esa ansia del hombre por querer matar a todo lo que no se parece a él, ese deseo insaciable de querer poseerlo todo, de ser el dueño absoluto de toda forma de vida en este planeta, hasta de lo más diminuto. Ser consiente que hay muchísima gente que mata un tiburón para cortarle la aleta y hacer con ella una sopa y arrojarlo de nuevo, malherido al mar; de la matanza indiscriminada de ballenas, de delfines, de osos polares, de animales que se matan para adueñarse de su belleza, todo por el consumismo salvaje. Esto debe parar y yo como artista siento una gran responsabilidad de contribuir, no con un grano, sino con una montaña de arena para que cambie, porque así no podemos seguir, sin respetar la vida del otro, sea éste un ser humano o una foca. Tomar razón de la otredad, ése es uno de mis objetivos: transmitir este compromiso hacia quienes ven mi obra, puesto que en ellos y en sus acciones donde reside el futuro del mundo.

Al ver la pieza Almas en deshielo se puede notar que el tratamiento de un tema tan trágico como lo es el calentamiento global es sumamente poético... ¿tú crees que es una cualidad del videoarte sublimar el tema que trabaja o fue una estrategia tuya para abordar éste en específico?

Es una estrategia para expresar lo que yo creo en torno a este tema. Sin embargo, la sublimación de estas imágenes no oculta, sino que de alguna manera resalta el dramatismo de esta realidad. Como darnos cuenta de que el cambio climático es una verdad de la que no podemos escapar es un choque tan fuerte, decidí trabajar con una estética bien elaborada, con música que eleve al público, pero con la firme convicción de que es un vehículo para sensibilizar y de impregnar al espectador de fuerza, dolor, de poesía.

Decidiste ir hasta Ushuaia para retratar y vivir todos estos desafortunados impactos ambientales... seguramente fue una experiencia que también ha dejado un impacto en ti. ¿Podrías contarnos un poco sobre esto?

Esa fue una experiencia de la cual aprendí muchísimo, estar allí, en contacto con toda esta naturaleza tan imponente pero tan frágil al mismo tiempo es una aventura que le cambia a uno la vida. Porque te das cuenta que eres sólo un diminuto punto en toda la anchura del universo, y que si seguimos como vamos, esta inmensidad se nos puede venir encima en cualquier momento. Fue un viaje al centro de mí misma, que me puso en consonancia con quien soy verdaderamente y creo que al mostrar la obra eso se nota y ello es lo que deseo compartir. Aprendí que el individualismo no nos va a llevar a ningún lado, tenemos que pensar y sentir globalmente para cambiar nuestra lastimosa realidad. Ponerme en el lugar de un delfín al que se le asesina, de un oso polar que se queda sin hielo donde vivir, me propuso hacer un profundo análisis y replantearme la misión que tiene la vida: la de evolucionar al unísono con el planeta en vez de acabar con todo lo que generosamente éste nos da. Fue una experiencia sanadora.

¿Tienes alguna pieza de tu autoría que sea tu favorita o que en todo caso te guste más que otras?

Sí. Titanes de Hielo es mi favorita porque es la más contundente en contenido, en ella está reflejado concretamente todo lo que veo y siento que está ocurriendo en el planeta. Con una estética muy trabajada, muestra una realidad muy fuerte, estremeciendo a cualquier persona que la ve debido a su gran sensibilidad… y si existe alguien que no la tenga pues la consigue con esta pieza. Almas en deshielo también me gusta mucho, pero lleva a otros niveles de conciencia, es más esotérica, emana más sutileza, amor, ternura, donde hay un ser que canta y resulta que ese ser es el hielo. Me parece que ambas obras crean en el espectador un gran respeto por la naturaleza y conmueven por su estética y su contenido pues han sido creadas con un fin social.

La presencia de una mujer en este campo es bien importante e interesante, yo particularmente considero que la presencia del género en el arte influye mucho ¿cómo ves tú eso? ¿Crees que el hecho de ser mujer ha influido de alguna manera en tu carrera?

No creo que el género tenga nada qué ver con el arte. Ahora bien, es una realidad que en éste, como en todas las otras áreas de la vida, a la mujer le ha tocado luchar más que al hombre por ganarse un nombre y abrirse paso. A mí en lo particular el género no me ha ayudado mucho, me ha tocado guerrear más, pero al final es eso lo que caracteriza a una mujer, ¿no? Ser una luchadora incansable, capaz de medírsele a cualquier batalla. Yo creo que el arte no debe tener sexo, no veo limitaciones de género porque aquí lo único que importa es el ser, un ser creador con un talento infinito, porque la sensibilidad se lleva en el alma y el alma no tiene sexo.


Por último, ¿cómo crees tú que se podría enfrentar eficazmente estos problemas ambientales que nos aquejan y amenazan desde los puntos de vista pragmático y artístico?

Tomando conciencia de lo que está pasando y colaborar para mejorar la situación. En sensibilizar y enseñar a la juventud y a los niños que ellos tienen en sus manos el futuro y que, en todo caso, son quienes más sufrirán las consecuencias de este caos sino se le pone un alto desde ya. Inculcarles a ellos y a todos los ciudadanos del mundo en que al hacer un servicio al otro cambia nuestra perspectiva, deslastrarnos del egoísmo, pensar globalmente, ser consientes de la condición del otro, de que nos podemos ayudar mutuamente para sanar nuestros problemas si dejamos de ser tan individualistas. El arte es una bondad sublime, una herramienta para expresar una realidad, un propósito y por ello hay que usarlo como vehículo para hacernos consientes. Yo tengo una experiencia que puedo transmitir y mediante el arte siento que puedo cambiar conciencias. Lo más importante en esta la vida es evolucionar y nunca en ningún momento y bajo ningún pretexto abandonar la fe y la esperanza de que todo siempre puede estar mejor.

miércoles, 22 de abril de 2009

B j ö r k, el placer es todo mío




Hay algunas cosas que van más allá de lo que uno razona, de lo que uno piensa, de lo que la mente impone al alma… la necesidad de cada uno por ser, por brillar como único, incomparable e inolvidable, lo que realmente hace mover a alguien, es decir: su instinto. Y entre las cosas que uno es, que lo hacen obrar instintivamente y que conforman nuestra insondable alma humana están la tierra, la pasión, la música y la vida, que encarna la misma lucha. Por qué comenzar un artículo sobre Björk de esta manera se preguntarán, pero es que en ella se resume cabalmente esta batalla individual que acabamos de dibujar.

La tierra.

Después de desclavar el ancla de las profundidades del Océano Atlántico, salimos a la superficie sólo para comprobar que el fondo del mar puede ser un lugar para estar, un hogar. Salir, mirar, inhalar, exhalar aire color lava bañado por calor volcánico y frío glacial que no se respira en ningún rincón del resto del mundo. El paisaje: desiertos, montañas y glaciares… no digamos más para no presumir demasiado y no poner envidiosas a las demás geografías. Hablo de Islandia, descubierta y colonizada por vikingos y celtas que nutrieron la cultura de dicha nación tal como su panorama: de matices infinitos. Es en su capital, Reykjavík, la ciudad más septentrional del mundo, donde nace en 1965, Björk Guðmundsdóttir para gritarle al mundo que ella existe y crea a través de su tierra la cual se abre en su garganta y sale en forma de voz.

Es ahí donde comienza a darse cuenta que es una artista y que ello la hará inmortal. Nacida de una madre ecologista y un padre electricista, a los 3 años descubrió su talento gracias a su padrastro quien tocaba la guitarra y por eso le llamaban el “Eric Clapton de Islandia”.

Era una niña con pasiones extraordinarias como las ciencias naturales –coleccionaba insectos–, la música y la física, cuyo ídolo era Albert Einstein. A los 11 años grabó su primer disco: 1977, un álbum que sólo puede crear alguien como Björk, puesto que a pesar de su temprana edad y de que estaba comprendido por versiones islandesas de canciones de Los Beatles y Stevie Wonder, no eran simples copias sino que ya asomaba el acento alternativo que la acompañará desde entonces.

La pasión.

Otro de los sentimientos que irreductiblemente comprenden el alma de un ser humano es la pasión. La pasión por el otro amado o por algo, amado también… como la música. También hay quienes generan pasiones en las demás gentes, como Björk: no existe un término medio con ella, no hay quien diga “Björk me da igual” o “me gusta más o menos”, no, con ella no existen las medias tintas, sencillamente a Björk la amas o la odias y punto.

Es bien sabido que su música, por su misma tendencia experimental y poco convencional es difícil para ciertos oídos, pero quien llega a las profundidades de sus letras y de sus ritmos –muy altos, muy bajos, frenéticos o escandalosos pero siempre melodiosos– escucha el grito de un alma desesperada que se convierte en el reflejo de la nuestra, en una especie de amalgama. Björk no se compromete con ningún género excepto con ella misma y cuando uno entiende eso al escucharla se enamora de su belleza expresiva sumamente.

Mientras tanto, y para seguir el hilo de su historia, en la adolescencia buscaba su naturaleza individual, comenzando a tocar y cantar en sucesivas bandas –Spit and Snot, Exodus, Jam-80, Tappi Tíkarrass y KUKL– con géneros tan variados y complejos como su mismo carácter: punk, jazz, pop, rock gótico y after punk; estilos que se “compactarían” -definido humorísticamente por ella misma- en una fusión de jazz-punk-hardcore existencial con visos surrealistas, en su última banda The Sugarcubes con la que tuvo un incipiente éxito pero que serviría para cerrar su etapa como miembro de una agrupación.

Björk se mudó. Abandonó su nativa Islandia por ir tras una carrera en solitario, llevada por un infinito deseo de apoderarse de ella misma y de que su incendiaria voz quemara al mundo entero. Eran los 90’s, cuando se creía que todo se había inventado, reinaba el grunge, el indie y paradójicamente la escena disco, plagada de música dance junto a los primeros visos del movimiento electrónico y trip hop con bandas como Masssive Attack y Portishead. En Londres todo esto confluiría e impregnaría a Björk de sonidos y de texturas. La pasión una vez más la estaba conduciendo por el camino correcto.

La música.

No a todos se nos da el don de hacer música. Este arte posee de alguna manera exclusividad para aquéllos que son capaces de adjetivar su idioma, de darle un nombre y una forma casi tangible, que no deja dormir hasta que alguien la convierte en un lenguaje capaz de derrumbar la más feroz Torre de Babel. Y la cosa se complica cuando además de armonizar ese conjunto de sonidos y ponerlos en un orden perfecto, se le adiciona la voz: con la que obligatoriamente se nace o no. No es tan común encontrar una sola persona en la que de manera sublime se conjuguen ambas cosas como para parir discos tornasolados, heterogéneos entre ellos y sólidos e inclasificables individualmente… así como los de Björk.

Su iniciación fue Debut (1993), con influencias de otras músicas del mundo además de los de su país, creando una mezcla de jazz, house y techno, resultado de la mixtura socio-cultural contemporánea que en Londres encontró. A partir de allí y aprovechando que el mundo le dijo sí, comenzó a descifrar el complejo idioma de la música pero sin bautizarlo con un nombre específico, totalmente divorciada las ataduras artísticas, sin casarse con ningún género concreto y dejando que su libertad creativa se desborde a través las partituras sin más epíteto que “alternativo” o “experimental” pero donde hay un común denominador que resplandece en su obra: su femineidad, que salta en sus letras y grita desesperadamente “soy una mujer muy mujer con todo lo que eso conlleva: pasiones, miedos, furias y un espíritu eterno”, es ésa la real protagonista y tal vez la llave maestra que abre y desentraña los secretos de su música.

Luego se vendrían Post (1995), rindiéndose ante la magia del pop futurista, Homogenic (1997), uno de sus mejores discos, explotado de lo que ella llama techno islandés. El próximo sería Selmasongs (2000), disco que sirvió para ambientar la película del director danés Lars Von Trier, Dancer in the dark cuya protagonización le valió a Björk una palma de oro en el Festival de Cannes y una nominación a los Premios de la Academia. Eso no la hizo dejar de probar y quiso transformar todo de nuevo con Vespertine (2001), su álbum más adorable, donde dejó brillar su gélida comunión entre micro secuencias de computadora y arreglos de cámara. Sin embargo más transgresor que todo esto resultó Medulla (2004) donde los ritmos fueron hechos únicamente con la voz, alternando timbres, tonos y percusiones hechas con la boca y donde comienza a delinear su preocupación por el tema ecologista. Actualmente con Volta (2007) vuelve a sus raíces islandesas con ritmos electrónicos que nos hacen sumergirnos en la más devota fe en la tierra de la que venimos y por la que sin hacerlo, luchamos.

La vida acá toma otros visos y la pasión artística también se convierte en compromiso.

La vida, la lucha en sí

En muchos aspectos a Björk –como a la mayoría de las mujeres– la ha influido su madre. Hildur Rúna Hauksdóttir, una de las ecologistas más importantes de Islandia cultivó en su hija la inquietud de preocuparse por las cosas que la rodeaban más allá de las propias y le hizo entender desde muy chica que el compromiso es algo que va pegado al rol del artista. Pues bien, Björk aprendió la lección al pie de la letra y la convirtió en un estilo que la haría brillar aún más. Obvio que al tener una posición política frente a muchos problemas que aquejan al mundo entero como el calentamiento global y la guerra en el Tíbet y en Kosovo, genera gran controversia dentro de los medios y suma molestia en todos los que prefieren mantener ese tema bajo cuerda… o que por lo menos no se ventile en conciertos donde acuden miles de personas y en discos que venden millones de copias.

Entre ser embajadora de la Unicef, ambientalista, luchadora por la libertad en el mundo y alejada de la parafernalia de los medios de comunicación, Björk tiene una vida. Es madre de 2 hijos: Sindri Eldon Þórsson de 22 e Isádóra de 7, tiene 43 años, un esposo, el realizador de videos Matthew Barney y vive en un barco en la costa de Nueva York. Porque es allí donde reside su esencia, en el mar que es también su hogar. Tal vez sea ello lo que en ocasiones avive o merme la llama que arde dentro de ella, la que la hace fulgurar y que la convierte en una mujer famosa por incendiar al mundo.

MODA, BELLEZA Y SOCIEDAD… ¿EN EVOLUCIÓN?

Las modas pasan, el estilo permanece.
Coco Chanel.


Los orígenes de la moda son tan antiguos como la misma historia del hombre. Hablar sobre la
evolución de la moda es discutir paralelamente la del ser humano. Desde los albores de la
humanidad, ésta ha tenido la gran necesidad de resguardarse el cuerpo desnudo para
protegerse del medio ambiente. Cubriéndose con pieles de diferentes animales, nunca imaginó
que éste era el principio de una larga y controvertida amistad.

Sin embargo, hoy día, la moda ya ha perdido esa cualidad para convertirse en el objeto del deseo de la mayoría de los seres humanos y esto abarca desde la clase social más alta hasta la más popular. La moda como expresión social, el vestir, el sentirse bien y cómodo con lo que se lleva puesto, va más allá del establishment, de las marcas más costosas y globalizadas, la moda es un aspecto subjetivo, una necesidad de expresión tanto individual como socialmente, la moda es eso: una manifestación de un carácter, de una personalidad, de un deseo.

La moda como lenguaje de la belleza

Como expresión subjetiva, la moda apela directamente a un sentido tan inherente al ser
humano como la misma necesidad de cubrirse: la belleza. Casi como un delirio, buscamos la
belleza hasta en el aspecto más ínfimo de nuestras vidas, y la hacemos tangible cuando
adornamos nuestros cuerpos exteriormente.

La moda, como la belleza, si bien van juntas y ellas a la naturaleza humana, se caracterizan por ser efímeras: la moda es hoy y mañana es otra cosa, como diría la diseñadora francesa, Coco Chanel “todo lo que es moda pasa de moda”, lo mismoocurre con los cánones de belleza, variantes con las épocas y las regiones. Cada uno de esas pautas representan expresiones culturales que van ligadas a la belleza e idiosincrasia de los pueblos, entonces cabe preguntarse ¿Ha sido la moda, en su más puro término, una forma de expresión socio cultural a través del tiempo?

Si miramos con detenimiento la historia de la moda, podemos dar cuenta de cómo ha sido
sinónimo de jerarquización entre las sociedades. En los años del Antiguo Reino de Egipto -cerca
del siglo V a.C- el tipo de ropa usado era un símbolo de su condición social: los nobles y altos
funcionarios del Reino vestían suntuosos trajes de lino real, adornados con magníficas y
pesadas prendas de oro puro y otros metales como el cobre y la plata, incrustados con gemas
preciosas, como se consideraban la carne de los Dioses, las joyas eran utlilizadas la mayor parte
del tiempo en el cuerpo para rendirles culto.

Lo mismo ocurría con el maquillaje, el cual era utilizado tanto por hombres como por mujeres con el objetivo de borrar las imperfecciones de la piel y realzar los rasgos más bellos del rostro como los ojos, los pómulos y los labios. Para el común de la gente era diferente, el lino era más oscuro, más grueso y por tanto, menos fino y aunque usaban joyas también, eran más sencillas y menos puras. Por ser campesinos que trabajaban la tierra u otras actividades pesadas, el ornamento no resultaba tan cómodo para ellos.

Por su parte y casi paralelamente, -siglo IV y V a.C- los griegos también sabían de moda y
belleza. A través de las artes como la poesía, la arquitectura y la escultura, los griegos rendían
culto permanente a Afrodita, diosa del amor y la belleza. En su vida cotidiana, se adornaban
con túnicas blancas bastante elaboradas llamadas citwvn, con lo que sublimaban su imagen para
hacerla parecer a la de los Dioses, por su puesto, tales atavíos eran exclusivos para la clase más
alta en Grecia: los artistas y los intelectuales, masculinos en su mayoría.

Asimismo, la antigua sociedad griega -como la romana- se dividía claramente en dos estratos: los libres y los esclavos. Los ciudadanos libres, eran trabajadores y su vestido dependía de la actividad laboral, por lo general llevaban togas sencillas llamadas exómidas, que dejaban un hombro al descubierto y resultaban cómodas al movimiento, mientras que el vestido de los esclavos era tan precario como su situación. La sencillez de ambos tipos de prendas para las clases sociales altas y medianas también se debía a la agitada vida sexual de los griegos, quienes practicaban extraordinarias orgias en las que el carácter práctico de las batas era bastante útil.

Observando las sociedades antiguas que utilizaban el vestido tanto para cubrirse como para
diferenciar el estrato social, entendemos que hoy día la situación no ha variado mucho. Hemos
sido testigos de los cambios políticos, económicos y culturales que ha sufrido la humanidad y
en ese sentido entendemos que la moda siempre ha sido el espejo de los movimientos sociales
que se gestan en el seno de los pueblos.

Por ejemplo, en el siglo XIX, El primer diseñador de modas que no era simplemente un modisto, fue Charles Frederick Worth (1826-1895) quien era el responsable de diseñar los exagerados atavíos decimonónicos que reflejaban la opulencia de la monarquía europea, mientras que el sector obrero de ese continente se conformaba con vestir trajes opacos y desaliñados que reflejaban así la condición anímica y social que padecían.

Adentrándonos más en el siglo XX, hay varios factores que han influido en la forma de vestir de
las sociedades, pero los principales son la Primera y Segunda Guerra Mundial. Durante los
primeros años del siglo XX, la mayor parte de la moda se originaba en París y en menor
medida, en Londres, es aquí donde comienza a diferenciarse la alta costura de la ropa prêt à
porter -lista para llevar- que se distinguía por ser más cómoda, más barata y por tanto, más
cotidiana, así, las revistas comenzaron a incluir fotografías de los conjuntos y se volvieron aún
más influyentes que en el pasado.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el auge de la fina costura y de los impresos dedicados a ésta cayeron en un estado de coma. Luego de ello, la industria parisina de la moda comenzó a declinar y se hizo todavía más frágil con el segundo golpe que la haría perder la pelea del monopolio en cuestión de vestimenta. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) destruyó el ya aporreado continente europeo y Estados Unidos se convertiría en el primer productor de ropa a gran escala. Esto ya sentaría un gran precedente.

Mientras los hombres: esposos, hijos, hermanos y padres, habían combatido en ambas guerras,
en casa, la mujer se hacía cargo de las actividades que antes eran de uso exclusivo del género
masculino, incluso cuando ellos ya habían llegado a sus hogares. Esto representó un gran
cambio social, que una vez más hizo eco en el mundo de la moda.

También la música y la llamada “Era dorada de Hollywood” en los años 50’s, con artistas como Elvis Presley, Marilyn Monroe, Greta Garbo, y hasta bandas británicas como The Beatles y The Rolling Stones comenzaron a convertirse en los íconos de la moda e impusieron una manera más rebelde de vestir que en sí imponían estilos nunca antes vistos en los medios conservadores y que al mismo tiempo masificaban la concepción de la moda desde sociedades underground.

Al unísono, una ardua lucha por la igualdad de géneros estaba a punto de ebullición. La
liberación femenina generada por las ideas filosóficas del Feminismo logró convertir a la mujer
en un sujeto de hecho y de derecho, se hizo capaz de tomar sus propias decisiones en los
ámbitos social, político y económico, pero en especial, el sexual.

Con la llegada de la píldora, la mujer tomó conciencia absoluta de su cuerpo, su sexualidad y erotismo, lo cual quedó reflejado en la moda, hecho que sin duda aprovecharon los diseñadores como Mary Quant, quien crea la minifalda y la usa como bandera de este movimiento femenino. A partir de allí, la igualdad entre los hombres y las mujeres en cuanto a derechos civiles,
homogeneizó el mundo de la moda.

Después de tantos cambios ocurridos en el mundo durante el siglo XX, en donde los movimientos vanguardistas de la moda tuvieron su repercusión, como la Belle Époque, la Avant Garde, y otros influenciados por la música del momento y en que la belleza a través de las décadas marcó su pauta para diferenciar los estilos, distintos cánones se convirtieron en íconos de su tiempo: el hippie que rendía culto a la comodidad con el uso de telas orgánicas en los 60’s; el disco, en la que los hombres se volvieron aún más vanidosos que las mujeres en los 70’s, el exceso y exuberancia de los años 80’s y por último el cansancio y desaliño de la moda de los 90’s en la que el fin de siglo marcaría un punto en toda esta historia que acabamos de hojear.

La moda ya habría terminado su metamorfosis y se habría convertido en un producto vendido por los gigantes monopolizadores de la industria. Serían las marcas, aupadas por los medios de comunicación, las que ya impondrían qué usar y que no, con qué atuendos se pertenece a una clase social u otra.

Durante los últimos diez años, no hemos visto grandes cambios o en todo caso un movimiento
de vanguardia que identifique, represente, distinga como auténtica y originada desde los
movimientos sociales a la primera década del siglo XXI. El mercado, la sociedad de consumo y
los medios de comunicación parecen ser los únicos entes que imponen las reglas -así como en
innumerables aspectos- en lo que al vestir se refiere. Por otra parte, pareciera que a estos
primeros años que van del nuevo siglo les faltase imaginación, pues vemos una constante
repetición de las modas de años atrás con variables casi inperceptibles.

Ya lo vislumbraba la actriz alemana Marlene Dietrich cuando dijo “Nos reímos de la moda de ayer, pero nos emocionamos con la de antes de ayer, cuando está en vía de convertirse en la de mañana”. Hoy en día nos bastaria con rebuscar en el armario de nuestra madre o padre para encontrar prendas que nos ponen a tono con las que utilizan los personajes de los medios.

Pero, con todos esos íconos implantados por los mass media ¿estamos negados a brincar la barrera del establishment para encontrar en la moda un lenguaje auténtico de belleza en consonancia con su carácter de expresión social? ¿será entonces éste el ocaso de la evolución de la moda, ya se habrá inventado todo? Tal parece ser que la respuesta a estas interrogantes se define con una sola palabra: involución.

martes, 21 de abril de 2009

Entre solistas y domingos

Los domingos siempre son iguales en San Cristóbal. Eso no cambia que sean el mejor día de la semana, cuando el trabajo queda relegado al lunes y el resto de sus cinco pares. Sin embargo, existe otro lado de la ciudad en la que los domingos se convierten en el día idóneo para realizar actividades, en un alto porcentaje, culturales. Así fue como me pasó ayer, domingo, obviamente. Para salir de la rutina marcada por el ritual del último día de la semana, (aunque unos dicen que es el primero, prefiero considerarlo como postrero) el concierto que organizó la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar del Táchira, ofreciendo un Festival de Solistas, valió salirse de las cuatro paredes.

En la mañana, y estrenando el nuevo huso horario del país, comenzó el evento. El auditórium Luís Gilberto Mendoza albergó a quienes, como yo, despegaron sus cuerpos de la futilidad de la cama para alimentar el alma sumamente. La música empezó pues, de la mano de uno de los directores más jóvenes de Venezuela, Sergio Rosales. Para comenzar, y con el objetivo de no dejar escapar a nadie, abrió el concierto con el Cantable para violín y orquesta de cuerdas de Nicoló Paganini junto al solista Tachirense, Freddy Vivas, quien ejecutó maravillosamente el violín. A esta altura yo todavía recordaba las bondades que me esperaban en casa, no obstante la música y sus hacedores me negaron en adelante la distracción.

Como todos los domingos, hacía calor. Desde las puertas laterales del salón entraban los grandes chorros de sol y un poco de aire recalentado. Los presentes, en su mayoría cercanos a los músicos, (familiares, amigos, compañeros…) a pesar del agobiante clima, los elogiaban y aplaudían con frenesí. El ahínco del intérprete solista del Concierto para contrabajo y orquesta compuesto por Johan Baptist Vanhal, Enmanuel Reck, no esperaba otra cosa. El contrabajo, “el polo opuesto de todo lo demás” al decir del escritor alemán, Patrick Süskind, sonó y retumbó en el auditórium, enamorando así al que nunca antes había escuchado su aleteo brillando por sí solo.

La hora de las cuerdas pasó y fue el turno del viento; de esos instrumentos que cuando uno los sopla hablan en otro idioma, inteligible para cualquier Torre de Babel. Mientras escuchaba los clarinetes, yo me preguntaba ¿por qué no nací para convertir en música todo lo soplado? No tuve más remedio, después de un rato de cavilar la razón, que culpar mi herencia y seguir escuchando el Concierto para dos clarinetes de Félix Mendelssohn.

Lo que quedaba era pura belleza, belleza de la que no se ve sino de la que se escucha. La flauta mágica de Wolfang Amadeus Mozart, impresionante obra de gran fuerza, la reconocí de inmediato, pues me evocó la banda sonora del filme de Standley Kubrick, La naranja mecánica, avergonzándome en parte por no ser la excepción dentro de la cultura pop; sin embargo lo disfruté porque ésa es muy buena película y los músicos y el director lo hicieron extraordinariamente.

La Orquesta Juvenil núcleo San Juan de Colón también tuvo su espacio. Los adolescentes, María Inés Carreño y David Muchacho ejecutaron el Concierto en La menor nº 8 de Antonio Vivaldi, cuya composición es originalmente para dos violines, y que en esta ocasión, fue arreglada para dos xilófonos. Las pueriles notas de este instrumento de sonidos fantásticos, recorrieron toda la sala para incrustarse en todo aquél que estuviera dispuesto a albergarlos. Esta conversión de violines a xilófonos marcó el cierre triunfal, no sólo de la música como gran protagonista de esa mañana, sino del empeño de cada niño y niña, de cada joven que decide entregar su vida a la música como el género más puro y universal del arte.

Después de este despliegue de auténtica hermosura, me despido pues de este ligero cambio en mi rutina, para deslizarme hasta la casa y, allí, sumergirme nuevamente en la divina inercia del domingo.