miércoles, 22 de abril de 2009

B j ö r k, el placer es todo mío




Hay algunas cosas que van más allá de lo que uno razona, de lo que uno piensa, de lo que la mente impone al alma… la necesidad de cada uno por ser, por brillar como único, incomparable e inolvidable, lo que realmente hace mover a alguien, es decir: su instinto. Y entre las cosas que uno es, que lo hacen obrar instintivamente y que conforman nuestra insondable alma humana están la tierra, la pasión, la música y la vida, que encarna la misma lucha. Por qué comenzar un artículo sobre Björk de esta manera se preguntarán, pero es que en ella se resume cabalmente esta batalla individual que acabamos de dibujar.

La tierra.

Después de desclavar el ancla de las profundidades del Océano Atlántico, salimos a la superficie sólo para comprobar que el fondo del mar puede ser un lugar para estar, un hogar. Salir, mirar, inhalar, exhalar aire color lava bañado por calor volcánico y frío glacial que no se respira en ningún rincón del resto del mundo. El paisaje: desiertos, montañas y glaciares… no digamos más para no presumir demasiado y no poner envidiosas a las demás geografías. Hablo de Islandia, descubierta y colonizada por vikingos y celtas que nutrieron la cultura de dicha nación tal como su panorama: de matices infinitos. Es en su capital, Reykjavík, la ciudad más septentrional del mundo, donde nace en 1965, Björk Guðmundsdóttir para gritarle al mundo que ella existe y crea a través de su tierra la cual se abre en su garganta y sale en forma de voz.

Es ahí donde comienza a darse cuenta que es una artista y que ello la hará inmortal. Nacida de una madre ecologista y un padre electricista, a los 3 años descubrió su talento gracias a su padrastro quien tocaba la guitarra y por eso le llamaban el “Eric Clapton de Islandia”.

Era una niña con pasiones extraordinarias como las ciencias naturales –coleccionaba insectos–, la música y la física, cuyo ídolo era Albert Einstein. A los 11 años grabó su primer disco: 1977, un álbum que sólo puede crear alguien como Björk, puesto que a pesar de su temprana edad y de que estaba comprendido por versiones islandesas de canciones de Los Beatles y Stevie Wonder, no eran simples copias sino que ya asomaba el acento alternativo que la acompañará desde entonces.

La pasión.

Otro de los sentimientos que irreductiblemente comprenden el alma de un ser humano es la pasión. La pasión por el otro amado o por algo, amado también… como la música. También hay quienes generan pasiones en las demás gentes, como Björk: no existe un término medio con ella, no hay quien diga “Björk me da igual” o “me gusta más o menos”, no, con ella no existen las medias tintas, sencillamente a Björk la amas o la odias y punto.

Es bien sabido que su música, por su misma tendencia experimental y poco convencional es difícil para ciertos oídos, pero quien llega a las profundidades de sus letras y de sus ritmos –muy altos, muy bajos, frenéticos o escandalosos pero siempre melodiosos– escucha el grito de un alma desesperada que se convierte en el reflejo de la nuestra, en una especie de amalgama. Björk no se compromete con ningún género excepto con ella misma y cuando uno entiende eso al escucharla se enamora de su belleza expresiva sumamente.

Mientras tanto, y para seguir el hilo de su historia, en la adolescencia buscaba su naturaleza individual, comenzando a tocar y cantar en sucesivas bandas –Spit and Snot, Exodus, Jam-80, Tappi Tíkarrass y KUKL– con géneros tan variados y complejos como su mismo carácter: punk, jazz, pop, rock gótico y after punk; estilos que se “compactarían” -definido humorísticamente por ella misma- en una fusión de jazz-punk-hardcore existencial con visos surrealistas, en su última banda The Sugarcubes con la que tuvo un incipiente éxito pero que serviría para cerrar su etapa como miembro de una agrupación.

Björk se mudó. Abandonó su nativa Islandia por ir tras una carrera en solitario, llevada por un infinito deseo de apoderarse de ella misma y de que su incendiaria voz quemara al mundo entero. Eran los 90’s, cuando se creía que todo se había inventado, reinaba el grunge, el indie y paradójicamente la escena disco, plagada de música dance junto a los primeros visos del movimiento electrónico y trip hop con bandas como Masssive Attack y Portishead. En Londres todo esto confluiría e impregnaría a Björk de sonidos y de texturas. La pasión una vez más la estaba conduciendo por el camino correcto.

La música.

No a todos se nos da el don de hacer música. Este arte posee de alguna manera exclusividad para aquéllos que son capaces de adjetivar su idioma, de darle un nombre y una forma casi tangible, que no deja dormir hasta que alguien la convierte en un lenguaje capaz de derrumbar la más feroz Torre de Babel. Y la cosa se complica cuando además de armonizar ese conjunto de sonidos y ponerlos en un orden perfecto, se le adiciona la voz: con la que obligatoriamente se nace o no. No es tan común encontrar una sola persona en la que de manera sublime se conjuguen ambas cosas como para parir discos tornasolados, heterogéneos entre ellos y sólidos e inclasificables individualmente… así como los de Björk.

Su iniciación fue Debut (1993), con influencias de otras músicas del mundo además de los de su país, creando una mezcla de jazz, house y techno, resultado de la mixtura socio-cultural contemporánea que en Londres encontró. A partir de allí y aprovechando que el mundo le dijo sí, comenzó a descifrar el complejo idioma de la música pero sin bautizarlo con un nombre específico, totalmente divorciada las ataduras artísticas, sin casarse con ningún género concreto y dejando que su libertad creativa se desborde a través las partituras sin más epíteto que “alternativo” o “experimental” pero donde hay un común denominador que resplandece en su obra: su femineidad, que salta en sus letras y grita desesperadamente “soy una mujer muy mujer con todo lo que eso conlleva: pasiones, miedos, furias y un espíritu eterno”, es ésa la real protagonista y tal vez la llave maestra que abre y desentraña los secretos de su música.

Luego se vendrían Post (1995), rindiéndose ante la magia del pop futurista, Homogenic (1997), uno de sus mejores discos, explotado de lo que ella llama techno islandés. El próximo sería Selmasongs (2000), disco que sirvió para ambientar la película del director danés Lars Von Trier, Dancer in the dark cuya protagonización le valió a Björk una palma de oro en el Festival de Cannes y una nominación a los Premios de la Academia. Eso no la hizo dejar de probar y quiso transformar todo de nuevo con Vespertine (2001), su álbum más adorable, donde dejó brillar su gélida comunión entre micro secuencias de computadora y arreglos de cámara. Sin embargo más transgresor que todo esto resultó Medulla (2004) donde los ritmos fueron hechos únicamente con la voz, alternando timbres, tonos y percusiones hechas con la boca y donde comienza a delinear su preocupación por el tema ecologista. Actualmente con Volta (2007) vuelve a sus raíces islandesas con ritmos electrónicos que nos hacen sumergirnos en la más devota fe en la tierra de la que venimos y por la que sin hacerlo, luchamos.

La vida acá toma otros visos y la pasión artística también se convierte en compromiso.

La vida, la lucha en sí

En muchos aspectos a Björk –como a la mayoría de las mujeres– la ha influido su madre. Hildur Rúna Hauksdóttir, una de las ecologistas más importantes de Islandia cultivó en su hija la inquietud de preocuparse por las cosas que la rodeaban más allá de las propias y le hizo entender desde muy chica que el compromiso es algo que va pegado al rol del artista. Pues bien, Björk aprendió la lección al pie de la letra y la convirtió en un estilo que la haría brillar aún más. Obvio que al tener una posición política frente a muchos problemas que aquejan al mundo entero como el calentamiento global y la guerra en el Tíbet y en Kosovo, genera gran controversia dentro de los medios y suma molestia en todos los que prefieren mantener ese tema bajo cuerda… o que por lo menos no se ventile en conciertos donde acuden miles de personas y en discos que venden millones de copias.

Entre ser embajadora de la Unicef, ambientalista, luchadora por la libertad en el mundo y alejada de la parafernalia de los medios de comunicación, Björk tiene una vida. Es madre de 2 hijos: Sindri Eldon Þórsson de 22 e Isádóra de 7, tiene 43 años, un esposo, el realizador de videos Matthew Barney y vive en un barco en la costa de Nueva York. Porque es allí donde reside su esencia, en el mar que es también su hogar. Tal vez sea ello lo que en ocasiones avive o merme la llama que arde dentro de ella, la que la hace fulgurar y que la convierte en una mujer famosa por incendiar al mundo.

MODA, BELLEZA Y SOCIEDAD… ¿EN EVOLUCIÓN?

Las modas pasan, el estilo permanece.
Coco Chanel.


Los orígenes de la moda son tan antiguos como la misma historia del hombre. Hablar sobre la
evolución de la moda es discutir paralelamente la del ser humano. Desde los albores de la
humanidad, ésta ha tenido la gran necesidad de resguardarse el cuerpo desnudo para
protegerse del medio ambiente. Cubriéndose con pieles de diferentes animales, nunca imaginó
que éste era el principio de una larga y controvertida amistad.

Sin embargo, hoy día, la moda ya ha perdido esa cualidad para convertirse en el objeto del deseo de la mayoría de los seres humanos y esto abarca desde la clase social más alta hasta la más popular. La moda como expresión social, el vestir, el sentirse bien y cómodo con lo que se lleva puesto, va más allá del establishment, de las marcas más costosas y globalizadas, la moda es un aspecto subjetivo, una necesidad de expresión tanto individual como socialmente, la moda es eso: una manifestación de un carácter, de una personalidad, de un deseo.

La moda como lenguaje de la belleza

Como expresión subjetiva, la moda apela directamente a un sentido tan inherente al ser
humano como la misma necesidad de cubrirse: la belleza. Casi como un delirio, buscamos la
belleza hasta en el aspecto más ínfimo de nuestras vidas, y la hacemos tangible cuando
adornamos nuestros cuerpos exteriormente.

La moda, como la belleza, si bien van juntas y ellas a la naturaleza humana, se caracterizan por ser efímeras: la moda es hoy y mañana es otra cosa, como diría la diseñadora francesa, Coco Chanel “todo lo que es moda pasa de moda”, lo mismoocurre con los cánones de belleza, variantes con las épocas y las regiones. Cada uno de esas pautas representan expresiones culturales que van ligadas a la belleza e idiosincrasia de los pueblos, entonces cabe preguntarse ¿Ha sido la moda, en su más puro término, una forma de expresión socio cultural a través del tiempo?

Si miramos con detenimiento la historia de la moda, podemos dar cuenta de cómo ha sido
sinónimo de jerarquización entre las sociedades. En los años del Antiguo Reino de Egipto -cerca
del siglo V a.C- el tipo de ropa usado era un símbolo de su condición social: los nobles y altos
funcionarios del Reino vestían suntuosos trajes de lino real, adornados con magníficas y
pesadas prendas de oro puro y otros metales como el cobre y la plata, incrustados con gemas
preciosas, como se consideraban la carne de los Dioses, las joyas eran utlilizadas la mayor parte
del tiempo en el cuerpo para rendirles culto.

Lo mismo ocurría con el maquillaje, el cual era utilizado tanto por hombres como por mujeres con el objetivo de borrar las imperfecciones de la piel y realzar los rasgos más bellos del rostro como los ojos, los pómulos y los labios. Para el común de la gente era diferente, el lino era más oscuro, más grueso y por tanto, menos fino y aunque usaban joyas también, eran más sencillas y menos puras. Por ser campesinos que trabajaban la tierra u otras actividades pesadas, el ornamento no resultaba tan cómodo para ellos.

Por su parte y casi paralelamente, -siglo IV y V a.C- los griegos también sabían de moda y
belleza. A través de las artes como la poesía, la arquitectura y la escultura, los griegos rendían
culto permanente a Afrodita, diosa del amor y la belleza. En su vida cotidiana, se adornaban
con túnicas blancas bastante elaboradas llamadas citwvn, con lo que sublimaban su imagen para
hacerla parecer a la de los Dioses, por su puesto, tales atavíos eran exclusivos para la clase más
alta en Grecia: los artistas y los intelectuales, masculinos en su mayoría.

Asimismo, la antigua sociedad griega -como la romana- se dividía claramente en dos estratos: los libres y los esclavos. Los ciudadanos libres, eran trabajadores y su vestido dependía de la actividad laboral, por lo general llevaban togas sencillas llamadas exómidas, que dejaban un hombro al descubierto y resultaban cómodas al movimiento, mientras que el vestido de los esclavos era tan precario como su situación. La sencillez de ambos tipos de prendas para las clases sociales altas y medianas también se debía a la agitada vida sexual de los griegos, quienes practicaban extraordinarias orgias en las que el carácter práctico de las batas era bastante útil.

Observando las sociedades antiguas que utilizaban el vestido tanto para cubrirse como para
diferenciar el estrato social, entendemos que hoy día la situación no ha variado mucho. Hemos
sido testigos de los cambios políticos, económicos y culturales que ha sufrido la humanidad y
en ese sentido entendemos que la moda siempre ha sido el espejo de los movimientos sociales
que se gestan en el seno de los pueblos.

Por ejemplo, en el siglo XIX, El primer diseñador de modas que no era simplemente un modisto, fue Charles Frederick Worth (1826-1895) quien era el responsable de diseñar los exagerados atavíos decimonónicos que reflejaban la opulencia de la monarquía europea, mientras que el sector obrero de ese continente se conformaba con vestir trajes opacos y desaliñados que reflejaban así la condición anímica y social que padecían.

Adentrándonos más en el siglo XX, hay varios factores que han influido en la forma de vestir de
las sociedades, pero los principales son la Primera y Segunda Guerra Mundial. Durante los
primeros años del siglo XX, la mayor parte de la moda se originaba en París y en menor
medida, en Londres, es aquí donde comienza a diferenciarse la alta costura de la ropa prêt à
porter -lista para llevar- que se distinguía por ser más cómoda, más barata y por tanto, más
cotidiana, así, las revistas comenzaron a incluir fotografías de los conjuntos y se volvieron aún
más influyentes que en el pasado.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el auge de la fina costura y de los impresos dedicados a ésta cayeron en un estado de coma. Luego de ello, la industria parisina de la moda comenzó a declinar y se hizo todavía más frágil con el segundo golpe que la haría perder la pelea del monopolio en cuestión de vestimenta. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) destruyó el ya aporreado continente europeo y Estados Unidos se convertiría en el primer productor de ropa a gran escala. Esto ya sentaría un gran precedente.

Mientras los hombres: esposos, hijos, hermanos y padres, habían combatido en ambas guerras,
en casa, la mujer se hacía cargo de las actividades que antes eran de uso exclusivo del género
masculino, incluso cuando ellos ya habían llegado a sus hogares. Esto representó un gran
cambio social, que una vez más hizo eco en el mundo de la moda.

También la música y la llamada “Era dorada de Hollywood” en los años 50’s, con artistas como Elvis Presley, Marilyn Monroe, Greta Garbo, y hasta bandas británicas como The Beatles y The Rolling Stones comenzaron a convertirse en los íconos de la moda e impusieron una manera más rebelde de vestir que en sí imponían estilos nunca antes vistos en los medios conservadores y que al mismo tiempo masificaban la concepción de la moda desde sociedades underground.

Al unísono, una ardua lucha por la igualdad de géneros estaba a punto de ebullición. La
liberación femenina generada por las ideas filosóficas del Feminismo logró convertir a la mujer
en un sujeto de hecho y de derecho, se hizo capaz de tomar sus propias decisiones en los
ámbitos social, político y económico, pero en especial, el sexual.

Con la llegada de la píldora, la mujer tomó conciencia absoluta de su cuerpo, su sexualidad y erotismo, lo cual quedó reflejado en la moda, hecho que sin duda aprovecharon los diseñadores como Mary Quant, quien crea la minifalda y la usa como bandera de este movimiento femenino. A partir de allí, la igualdad entre los hombres y las mujeres en cuanto a derechos civiles,
homogeneizó el mundo de la moda.

Después de tantos cambios ocurridos en el mundo durante el siglo XX, en donde los movimientos vanguardistas de la moda tuvieron su repercusión, como la Belle Époque, la Avant Garde, y otros influenciados por la música del momento y en que la belleza a través de las décadas marcó su pauta para diferenciar los estilos, distintos cánones se convirtieron en íconos de su tiempo: el hippie que rendía culto a la comodidad con el uso de telas orgánicas en los 60’s; el disco, en la que los hombres se volvieron aún más vanidosos que las mujeres en los 70’s, el exceso y exuberancia de los años 80’s y por último el cansancio y desaliño de la moda de los 90’s en la que el fin de siglo marcaría un punto en toda esta historia que acabamos de hojear.

La moda ya habría terminado su metamorfosis y se habría convertido en un producto vendido por los gigantes monopolizadores de la industria. Serían las marcas, aupadas por los medios de comunicación, las que ya impondrían qué usar y que no, con qué atuendos se pertenece a una clase social u otra.

Durante los últimos diez años, no hemos visto grandes cambios o en todo caso un movimiento
de vanguardia que identifique, represente, distinga como auténtica y originada desde los
movimientos sociales a la primera década del siglo XXI. El mercado, la sociedad de consumo y
los medios de comunicación parecen ser los únicos entes que imponen las reglas -así como en
innumerables aspectos- en lo que al vestir se refiere. Por otra parte, pareciera que a estos
primeros años que van del nuevo siglo les faltase imaginación, pues vemos una constante
repetición de las modas de años atrás con variables casi inperceptibles.

Ya lo vislumbraba la actriz alemana Marlene Dietrich cuando dijo “Nos reímos de la moda de ayer, pero nos emocionamos con la de antes de ayer, cuando está en vía de convertirse en la de mañana”. Hoy en día nos bastaria con rebuscar en el armario de nuestra madre o padre para encontrar prendas que nos ponen a tono con las que utilizan los personajes de los medios.

Pero, con todos esos íconos implantados por los mass media ¿estamos negados a brincar la barrera del establishment para encontrar en la moda un lenguaje auténtico de belleza en consonancia con su carácter de expresión social? ¿será entonces éste el ocaso de la evolución de la moda, ya se habrá inventado todo? Tal parece ser que la respuesta a estas interrogantes se define con una sola palabra: involución.

martes, 21 de abril de 2009

Entre solistas y domingos

Los domingos siempre son iguales en San Cristóbal. Eso no cambia que sean el mejor día de la semana, cuando el trabajo queda relegado al lunes y el resto de sus cinco pares. Sin embargo, existe otro lado de la ciudad en la que los domingos se convierten en el día idóneo para realizar actividades, en un alto porcentaje, culturales. Así fue como me pasó ayer, domingo, obviamente. Para salir de la rutina marcada por el ritual del último día de la semana, (aunque unos dicen que es el primero, prefiero considerarlo como postrero) el concierto que organizó la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar del Táchira, ofreciendo un Festival de Solistas, valió salirse de las cuatro paredes.

En la mañana, y estrenando el nuevo huso horario del país, comenzó el evento. El auditórium Luís Gilberto Mendoza albergó a quienes, como yo, despegaron sus cuerpos de la futilidad de la cama para alimentar el alma sumamente. La música empezó pues, de la mano de uno de los directores más jóvenes de Venezuela, Sergio Rosales. Para comenzar, y con el objetivo de no dejar escapar a nadie, abrió el concierto con el Cantable para violín y orquesta de cuerdas de Nicoló Paganini junto al solista Tachirense, Freddy Vivas, quien ejecutó maravillosamente el violín. A esta altura yo todavía recordaba las bondades que me esperaban en casa, no obstante la música y sus hacedores me negaron en adelante la distracción.

Como todos los domingos, hacía calor. Desde las puertas laterales del salón entraban los grandes chorros de sol y un poco de aire recalentado. Los presentes, en su mayoría cercanos a los músicos, (familiares, amigos, compañeros…) a pesar del agobiante clima, los elogiaban y aplaudían con frenesí. El ahínco del intérprete solista del Concierto para contrabajo y orquesta compuesto por Johan Baptist Vanhal, Enmanuel Reck, no esperaba otra cosa. El contrabajo, “el polo opuesto de todo lo demás” al decir del escritor alemán, Patrick Süskind, sonó y retumbó en el auditórium, enamorando así al que nunca antes había escuchado su aleteo brillando por sí solo.

La hora de las cuerdas pasó y fue el turno del viento; de esos instrumentos que cuando uno los sopla hablan en otro idioma, inteligible para cualquier Torre de Babel. Mientras escuchaba los clarinetes, yo me preguntaba ¿por qué no nací para convertir en música todo lo soplado? No tuve más remedio, después de un rato de cavilar la razón, que culpar mi herencia y seguir escuchando el Concierto para dos clarinetes de Félix Mendelssohn.

Lo que quedaba era pura belleza, belleza de la que no se ve sino de la que se escucha. La flauta mágica de Wolfang Amadeus Mozart, impresionante obra de gran fuerza, la reconocí de inmediato, pues me evocó la banda sonora del filme de Standley Kubrick, La naranja mecánica, avergonzándome en parte por no ser la excepción dentro de la cultura pop; sin embargo lo disfruté porque ésa es muy buena película y los músicos y el director lo hicieron extraordinariamente.

La Orquesta Juvenil núcleo San Juan de Colón también tuvo su espacio. Los adolescentes, María Inés Carreño y David Muchacho ejecutaron el Concierto en La menor nº 8 de Antonio Vivaldi, cuya composición es originalmente para dos violines, y que en esta ocasión, fue arreglada para dos xilófonos. Las pueriles notas de este instrumento de sonidos fantásticos, recorrieron toda la sala para incrustarse en todo aquél que estuviera dispuesto a albergarlos. Esta conversión de violines a xilófonos marcó el cierre triunfal, no sólo de la música como gran protagonista de esa mañana, sino del empeño de cada niño y niña, de cada joven que decide entregar su vida a la música como el género más puro y universal del arte.

Después de este despliegue de auténtica hermosura, me despido pues de este ligero cambio en mi rutina, para deslizarme hasta la casa y, allí, sumergirme nuevamente en la divina inercia del domingo.