miércoles, 30 de septiembre de 2009

Pachamama, desesperadamente

Pachamama, nombre que en lenguas quechua y aymara significa madre tierra y que en sí misma es una cosmovisión. La cultura Tiwanakota, anterior a los Incas, habitaban cerca de la cordillera de Los Andes, en la región que ahora pertenece a los países de Perú, Bolivia y norte de Chile, fue la que veneró por primera vez a la Pachamama, convirtiéndola en deidad para agradecer los regalos de la naturaleza; el culto a la Diosa continuó durante la época de los Incas y se fue extendiendo por toda la extensión de esas montañas. Esta creencia, considera a la Pachamama el símbolo espiritual del tiempo que transcurre en este mundo, toda la realidad en que habitamos y su poder permite el crecimiento de las cosechas y la reproducción del ganado.

Ahora bien, con el auge de la globalización, cuyo objetivo uniformador de culturas a través del mundo cada vez toma más fuerza, la tendencia por parte de los sectores que se oponen rotundamente a este movimiento es volver las miradas hacia las tradiciones indígenas, autóctonas, milenarias, etc. para así querer salvase de una corriente de quien a estas alturas ya no puede zafarse nadie. Así, al escuchar el término –uso esta palabra porque ya la tradición, su idiosincrasia y todo su significado han perdido el valor y sólo se ha convertido en eso, en una palabra- Pachamama nos remitimos a una ola hippie trasnochada representada en las canciones de Manu Chao. ¿Por qué ha ocurrido esta degeneración? ¿Acaso tendrá que ver eso que dicen que una historia cuando se cuenta y se escucha muchas veces –o se masifica- pierde su valor original?

El caso es que la Pachamama, tal como la conocemos hoy día, desprolija de veneraciones, austera y expulsada del Olimpo, está en peligro. La minería, la extracción petrolera, la tala de árboles, entre otras actividades desarrolladas por la mayoría de Estados y empresas del mundo están acabando con los territorios y a mucha gente eso parece preocuparle, pero la verdad es que aún, cuando el cambio climático y todos sus terribles efectos nos asechan y acorralan, no se ha producido un cambio real en toda esta vorágine. Ni siquiera las ONGs o los grupos ecologistas más reconocidos y entregados a esta noble causa han logrado cambiar algo de nuestra lastimosa realidad.

Claro que esta pesada y tormentosa responsabilidad no debe caer sobre los hombros de estos pobres muchachos que sólo se preocupan por el bien del planeta. Cada uno de nosotros debe colaborar para revertir estos efectos, no con un grano sino con una montaña de arena como dice Nan González. El problema es cuando sentimos que estamos arando en el mar y que si los gobiernos no ponen mano dura al asunto, toda nuestra buena voluntad quedará resumida en una minúscula e insignificante ayuda. Porque es que esto es grande, más que grande y por los vientos que soplan el problema crecerá más y más.

Aja, todo esto se ve como muy pesimista y esa no es mi intención, así que vamos a buscarle un lado positivo a todo esto y volvamos con el mito de la Pachamama. Éste debió referirse primitivamente al tiempo, tal vez vinculado en alguna forma con la tierra: el tiempo que cura los dolores, el tiempo que distribuye las estaciones, fecunda la tierra. Pacha significa tiempo en lenguaje kolla, pero con el transcurso de los años, las adulteraciones de la lengua, y el predominio de otras razas, finalizó confundiéndose con la tierra; Mama es un dios femenino, que produce, que engendra y de cuyas bondades debemos estar agradecidos eternamente porque gracias a sus frutos es que vivimos –a pesar de todo- tan bien y cómodos en esta nave que llamamos Planeta Tierra.

Anteriormente, nuestros padres y madres indígenas celebraban a la Pachamama mediante un ritual llamado corpachada, el cual comprendía realizar ofrendas en su honor: se ofrecían hojas de coca, conchas marinas mullu y lo más importante de todo, el sacrificio de la llama para derramar su sangre y ofrecer el feto de este animal para fertilizar la tierra sin que faltara jamás la cosecha

Hoy en día es muy diferente, puesto que con la llegada de los españoles y la persecución de las religiones nativas la llamada extirpación de idolatrías, la deidad Pachamama comenzó también a ser muchas veces invocada a través de la Virgen María. A partir de allí comenzó a masificarse mediante el cristianismo y ya a este punto la tradición original comenzó a opacarse.

Todo ello nos hace pensar que lo realmente necesario en estos días no es la adoración, matar a una pobre llama o hacer un ritual para ofrecer hojas de coca; pero sí nos llama a la reflexión sobre el hecho de que nuestros antepasados eran absolutamente consientes de que estaban vivos, crecían y se desarrollaban felizmente gracias a las bondades de la Pachamama. ¿Por qué nos cuesta tanto hoy día dar cuenta de eso, de que no todo lo que comemos es producto de una idea que tuvo el gerente de imagen de McDonald’s o del nuevo anuncio de Pepsi? Todo lo que consumimos, por más tratado químicamente que esté viene de la madre naturaleza y a ella le debemos nuestra vida. ¿Por qué no estamos del todo consientes de ello? Hoy día no se trata de hacer el ofertorio antes mencionado, se trata de respeto y se trata de pensar en nosotros mismos viviendo en un lugar que sólo tiene un aquí y un ahora sin un futuro si no exigimos que se haga algo ya.

Pero por supuesto, y como en siempre, en medio de todo esto está metida la mano peluda del dinero. La tierra no se trata por lo que es: nuestra madre de donde vivimos y a donde vamos después de todo, sino como un producto que produce más productos que se van a vender y que van a generar la “necesidad” de adquirir más terreno para repetir el proceso hasta que ya no haya más espacio donde producir más y más productos.

Leyendo un libro, encontré una carta –que según lo que investigué más tarde no es verdadera, es decir, no la escribió quien dice ni cuando dice sino mucho tiempo después por un apasionado ecologista, pero que de igual manera me parece digna de hacérselas saber- escrita –supuestamente, repito- por el líder indio de la tribu Suwamish, el jefe Seattle en 1854, dirigida al presidente de Estados Unidos en ese entonces, Franklin Pierce quien deseaba comprar los terrenos donde la tribu vivía. Y dice así:

“¿Cómo podéis comprar y vender el cielo o el calor de la tierra? La idea nos resulta extraña, Si no somos dueños de la frescura del aire o del brillo del agua ¿Cómo podría alguien comprarlos? […] Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente […] Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Esta tierra es sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en estos bosques. Ignoro el por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente a la vuestra. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. […] Cada imagen que reflejan las claras aguas de los lagos son el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.”

Finalmente, el presidente compró los terrenos, los cuales ahora forman parte del estado de Washington y se olvidó de todo lo que dijo el jefe indio, -probablemente porque la cata nunca existió, pero de igual manera los hechos apuntan a que se hizo caso omiso de cualquier adevertencia-. De igual manera nos sirve como referente para darnos cuenta que ya los ríos no son nuestros hermanos en donde vemos el reflejo de nuestros antepasados sino que son vertederos de nuestros propios desperdicios. Los animales ya no son sagrados sino que usamos sus pieles para adornarnos y distinguirnos entre los demás, del vulgo.

Es imperioso asumir esta responsabilidad, principalmente, porque somos nosotros mismos quienes estamos sufriendo ya las consecuencias. Podemos sentirnos abrumados con este peso, pero es algo que debe hacerse con carácter de urgencia sin caer en el viejo discurso desgastado de movimientos culturales que se fueron a menos en los que ya nadie cree, sino exigiendo a nuestros gobiernos que hagan algo, con la actitud característica de la juventud del siglo XXI: la convicción de que todo es posible, incluso la de salvar a la Pachamama.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Playing for change: la vuelta al mundo en una canción


“Vamos a un escenario capaz de moverse a través del mundo” le dije a mi compañero mientras caminamos a un lugar que él no sabía dónde quedaba. “Y que éste –continúo- nos lleva a cualquier parte en la que hay un músico entonando una canción, tocando un instrumento o alguien que baila al ritmo de un son, comunicándose así y rompiendo barreras culturales, religiosas o políticas… bueno, a ese lugar es a donde te voy a llevar”.

Llegamos y nos sentamos en unas butacas muy bonitas, preparadas exclusivamente para que todos podamos disfrutar del viaje cómodamente mientras se prepara todo para arrancar. “Lo que vamos a ver es una demostración de cómo la voluntad humana puede demostrarse de cualquier manera, pero en este caso escogieron la música porque es el corazón de la vida, porque por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso.” Mi compañero me mira con avidez, entonces yo comprendo que me falta echarle el cuento completo -sólo que tengo que hacerlo rápido porque las luces ya se apagan-. “Verás, esto se llama Playing for change y es un proyecto que comenzó hace cuatro años atrás cuando un muchacho llamado Mark Johnson descubrió un cantante ambulante, Roger Ridley, en las calles de Santa Mónica en California interpretando la canción de John Lennon, Stand by me, cuya letra es súper conmovedora. Bueno, resulta que al tipo se le ocurrió la genial idea de grabar a otros músicos ambulantes como Ridley a través del mundo entero con el fin de demostrar que trabajando juntos se puede lograr todo lo que uno se plantea; y le salió muy bien porque este proyecto ya es conocido a nivel mundial, las canciones son extraordinarias y hasta se le unieron artistas como Bono y Manu Chao. Lo curioso del caso es que ninguno de los músicos que participan acá nunca se conocieron personalmente y el resultado final es fantástico, como si hubieran trabajado juntos en un estudio por largo tiempo.”

“¿Y tienen un disco?” me pregunta, mientras nos trasladamos a Livorno, Italia para comenzar a escuchar One love de Bob Marley con los acordes de un joven músico de ese país, Roberto Luti. “Sí, se dedicaron a grabar a más de 100 músicos de los cinco continentes: desde las calles y metros de las ciudades de Estados Unidos y Europa, a las villas africanas, hasta las montañas del Himalaya, tomando de cada región la expresión más autóctona de su cultura musical acoplada a las canciones que escogieron para el álbum: Songs around the world. Y no sólo es eso, también tienen un documental homónimo que súper interesante de cómo hicieron todo esto posible. A mi juicio, este disco es una especie de declaración colectiva donde a pesar de las culturas tan diferentes de los músicos, lograron demostrar en estas canciones una profunda conexión humana con un lenguaje de igualdad.”

En medio del coro de la canción recordé algo que susurré al oído a quien llevaba de sorpresa a ese lugar “¿Sabes? Después de que viajaron y recopilaron toda la música para este disco, resultó ser una experiencia tan rica que en la primavera de este año, todos estos músicos que hemos visto en todos estos países, que de paso no se habían visto nunca antes en sus vidas, se juntaron en los escenarios para hacer una gira por Norteamérica, con la finalidad de compartir el mensaje de tolerancia e inspirar a todos quienes los escuchen.”

A estas alturas de la conversación y desde nuestra butaca, ya habíamos pasado por Suráfrica, Francia, Nepal, Israel, El Congo, India, Zimbabue y la canción junto con el viaje, estaba terminando. Mi compañero no se imaginaba semejante sorpresa, no conocía nada de este proyecto antes y agradecido me dice: “con esto me doy cuenta que es verdad que la música es la única respuesta posible para algunas preguntas.”

Nan González y el videoarte ecológico Amor Fuerza y Poesía




Nan González es una mujer venezolana que se ha dedicado a su pasión: mostrar su preocupación medioambiental a través del videoarte. Ha sido pionera de esta expresión artística en el país y un referente en el exterior. Para ella no existe arte sin compromiso, cosa que puede decir con total propiedad, puesto que sus obras son un grito desesperado que le mete el dedo en el ojo al silencio, a la negligencia y a la apatía para hacernos reaccionar del mal que le estamos haciendo al planeta con nuestras acciones. Su videoartista favorito es Bill Viola, apoya firmemente la trascendencia del espíritu y en que estamos aquí, con este cuerpo como un vehículo, para crear y expandirnos. Para ella lo fundamental en la vida es respetar al otro, sea éste un animal, una planta o un glaciar. Y de eso va su obra, de la cual nos habla con profunda fuerza, optimismo y esperanza.

Ya que has incursionado ampliamente en otras áreas de la creación como la pintura y el cine, ambos con la imagen como protagonista ¿cómo y por qué llegas al videoarte?

Llego al videoarte por medio de la fotografía. Ya había estudiado cine y video en los 80s y me di cuenta que estas herramientas son extraordinarias para hacer llegar un mensaje de forma inmediata, porque creo que ése es el propósito del arte: crear conciencias o en todo caso abrirlas para llegar a la comprensión de lo que sucede en el planeta hoy día. Uso el videoarte para este fin ya que es un espacio de creación súper amplio y rico, en el que puedo capturar un pedazo de la naturaleza sin dañarla, sin matarla y congelarla así, para que a través del tiempo se pueda disfrutar y siga transmitiendo la inquietud que desde el principio me empuja a hacer estas piezas. El propósito firme es el de llegar a la gente con un mensaje pues no creo en el arte que no está comprometido con una lucha social y espiritual, que no tenga un fundamento holístico y filantrópico, el arte debe remontarnos a nuestras raíces, hacernos deslindar de tanta parafernalia política y consumista que nos sumerge en una especie de matrix, en donde olvidamos quiénes somos y qué es lo que verdaderamente importa en la vida… y nos debe hacer pensar. Pensar en que sí podemos cambiar las cosas.

¿Cómo ha sido tu experiencia como videoartista en Venezuela, donde este campo no ha sido tan explorado como otros?

La experiencia acá en el país ha sido difícil, pero eso me plantea también un reto: el de convertirme en un motor individual para hacer y mostrar mis obras. El gran problema que se presenta en Venezuela, es que no existe una especialización en el videoarte y por ello no se aprecia tanto pues no hay conocimiento de lo que representa, el proceso que involucra, la manera tan efectiva como se puede transmitir un mensaje a través de él, todo el esfuerzo que conlleva crear y montar una pieza; y el tratamiento del tema central del videoarte, que al final del día es lo que más cuenta en la obra.

Lo que me llena de satisfacción es que adonde quiera que vaya con mi trabajo, está presente Venezuela porque no puedo abandonar mi nacionalidad que con tanto orgullo llevo. De igual manera, en 2005 tuve la oportunidad de presentar aquí Titanes de hielo, en el Museo de Arte Contemporáneo, donde encontré mucho apoyo para el montaje y curaduría de la obra. Pero eso fue en ese entonces, porque poco después de los Titanes, vino a Venezuela la convocatoria para las bienales de Venecia y Sao Paulo -donde se iban a exponer obras que hablaran abiertamente el problema ecológico- y por situaciones que no entiendo, soslayaron estas piezas que gritan de sufrimiento por el dolor de mostrar al mundo morir. Así que eso me dio noticias de que desgraciadamente acá no se están apoyando a los artistas que hacen cosas serias y deslindadas de presiones políticas, cosa que me da mucha tristeza porque un artista debe ser completamente libre, sino deja de serlo. Nadie puede parar, limitar o coartar la libertad de creación interior, los pensamientos que vienen cargados de ansias de expresar tanto inconformismo con la realidad del mundo y lo que se puede hacer para mejorarlo. De manera que no se le puede exigir al artista que sea complaciente porque de esa manera no se está haciendo arte y, lamentablemente, es de esto de lo que estamos llenos en esta época.

¿A partir de qué momento decidiste incorporar el tema del cambio climático a tu obra?

En el momento que me di cuenta de los efectos y comencé a vivir esta realidad. Entonces pensé que si yo soy artista y tengo esta capacidad de expresión debo aprovecharla para crear una cultura de preservación. Para mí esos glaciares están vivos y verlos desmoronarse de esa manera es como ver morir a un animal. Lo cual me lleva a otro punto que me preocupa muchísimo y es esa ansia del hombre por querer matar a todo lo que no se parece a él, ese deseo insaciable de querer poseerlo todo, de ser el dueño absoluto de toda forma de vida en este planeta, hasta de lo más diminuto. Ser consiente que hay muchísima gente que mata un tiburón para cortarle la aleta y hacer con ella una sopa y arrojarlo de nuevo, malherido al mar; de la matanza indiscriminada de ballenas, de delfines, de osos polares, de animales que se matan para adueñarse de su belleza, todo por el consumismo salvaje. Esto debe parar y yo como artista siento una gran responsabilidad de contribuir, no con un grano, sino con una montaña de arena para que cambie, porque así no podemos seguir, sin respetar la vida del otro, sea éste un ser humano o una foca. Tomar razón de la otredad, ése es uno de mis objetivos: transmitir este compromiso hacia quienes ven mi obra, puesto que en ellos y en sus acciones donde reside el futuro del mundo.

Al ver la pieza Almas en deshielo se puede notar que el tratamiento de un tema tan trágico como lo es el calentamiento global es sumamente poético... ¿tú crees que es una cualidad del videoarte sublimar el tema que trabaja o fue una estrategia tuya para abordar éste en específico?

Es una estrategia para expresar lo que yo creo en torno a este tema. Sin embargo, la sublimación de estas imágenes no oculta, sino que de alguna manera resalta el dramatismo de esta realidad. Como darnos cuenta de que el cambio climático es una verdad de la que no podemos escapar es un choque tan fuerte, decidí trabajar con una estética bien elaborada, con música que eleve al público, pero con la firme convicción de que es un vehículo para sensibilizar y de impregnar al espectador de fuerza, dolor, de poesía.

Decidiste ir hasta Ushuaia para retratar y vivir todos estos desafortunados impactos ambientales... seguramente fue una experiencia que también ha dejado un impacto en ti. ¿Podrías contarnos un poco sobre esto?

Esa fue una experiencia de la cual aprendí muchísimo, estar allí, en contacto con toda esta naturaleza tan imponente pero tan frágil al mismo tiempo es una aventura que le cambia a uno la vida. Porque te das cuenta que eres sólo un diminuto punto en toda la anchura del universo, y que si seguimos como vamos, esta inmensidad se nos puede venir encima en cualquier momento. Fue un viaje al centro de mí misma, que me puso en consonancia con quien soy verdaderamente y creo que al mostrar la obra eso se nota y ello es lo que deseo compartir. Aprendí que el individualismo no nos va a llevar a ningún lado, tenemos que pensar y sentir globalmente para cambiar nuestra lastimosa realidad. Ponerme en el lugar de un delfín al que se le asesina, de un oso polar que se queda sin hielo donde vivir, me propuso hacer un profundo análisis y replantearme la misión que tiene la vida: la de evolucionar al unísono con el planeta en vez de acabar con todo lo que generosamente éste nos da. Fue una experiencia sanadora.

¿Tienes alguna pieza de tu autoría que sea tu favorita o que en todo caso te guste más que otras?

Sí. Titanes de Hielo es mi favorita porque es la más contundente en contenido, en ella está reflejado concretamente todo lo que veo y siento que está ocurriendo en el planeta. Con una estética muy trabajada, muestra una realidad muy fuerte, estremeciendo a cualquier persona que la ve debido a su gran sensibilidad… y si existe alguien que no la tenga pues la consigue con esta pieza. Almas en deshielo también me gusta mucho, pero lleva a otros niveles de conciencia, es más esotérica, emana más sutileza, amor, ternura, donde hay un ser que canta y resulta que ese ser es el hielo. Me parece que ambas obras crean en el espectador un gran respeto por la naturaleza y conmueven por su estética y su contenido pues han sido creadas con un fin social.

La presencia de una mujer en este campo es bien importante e interesante, yo particularmente considero que la presencia del género en el arte influye mucho ¿cómo ves tú eso? ¿Crees que el hecho de ser mujer ha influido de alguna manera en tu carrera?

No creo que el género tenga nada qué ver con el arte. Ahora bien, es una realidad que en éste, como en todas las otras áreas de la vida, a la mujer le ha tocado luchar más que al hombre por ganarse un nombre y abrirse paso. A mí en lo particular el género no me ha ayudado mucho, me ha tocado guerrear más, pero al final es eso lo que caracteriza a una mujer, ¿no? Ser una luchadora incansable, capaz de medírsele a cualquier batalla. Yo creo que el arte no debe tener sexo, no veo limitaciones de género porque aquí lo único que importa es el ser, un ser creador con un talento infinito, porque la sensibilidad se lleva en el alma y el alma no tiene sexo.


Por último, ¿cómo crees tú que se podría enfrentar eficazmente estos problemas ambientales que nos aquejan y amenazan desde los puntos de vista pragmático y artístico?

Tomando conciencia de lo que está pasando y colaborar para mejorar la situación. En sensibilizar y enseñar a la juventud y a los niños que ellos tienen en sus manos el futuro y que, en todo caso, son quienes más sufrirán las consecuencias de este caos sino se le pone un alto desde ya. Inculcarles a ellos y a todos los ciudadanos del mundo en que al hacer un servicio al otro cambia nuestra perspectiva, deslastrarnos del egoísmo, pensar globalmente, ser consientes de la condición del otro, de que nos podemos ayudar mutuamente para sanar nuestros problemas si dejamos de ser tan individualistas. El arte es una bondad sublime, una herramienta para expresar una realidad, un propósito y por ello hay que usarlo como vehículo para hacernos consientes. Yo tengo una experiencia que puedo transmitir y mediante el arte siento que puedo cambiar conciencias. Lo más importante en esta la vida es evolucionar y nunca en ningún momento y bajo ningún pretexto abandonar la fe y la esperanza de que todo siempre puede estar mejor.